Un análisis que aborde la desigualdad en todas sus dimensiones constituye una empresa inacabable, más aún si partimos de las condiciones estructurales de desigualdad en nuestro país, como caracterización análoga a toda América Latina y el Caribe. El punto de partida de amplio consenso y conocimiento público es que la República Argentina vivió una triple crisis en los últimos cinco años: económica- financiera, social y sanitaria. Cuando el COVID-19 arrasó al mundo en el primer trimestre de 2020, el país ya había sido devastado en su tercer experimento neoliberal; que había destruido el tejido social y ampliado las desigualdades.

La experiencia del COVID-19 puso de manifiesto la trama productiva, el trabajo decente y el bienestar social que se había alcanzado en el período 2005-2012, y su descomposición posterior que afectó a una vasta proporción de la población; visible tanto en los indicadores sociales cuantitativos, así como en la percepción y vivencias cualitativas, en particular de los sectores de mayor vulnerabilidad. Es decir, una contextualización general de la realidad nacional nos permite afirmar como primer efecto de la pandemia la profundización de una crisis ya existente, la cual resultaba sumamente perjudicial para los sectores medios y bajos.

En segunda instancia, la pandemia y la crisis precedente expusieron que el abordaje de la desigualdad exige no solo un andamiaje sofisticado y diverso de políticas públicas destinadas a la redistribución (la cual es ineludible, pero ciertamente insuficiente); sino que además exige superar la perspectiva liberal de la desigualdad entendida como una mera agregación de personas con carencias de atributos económicos –empleo, recursos, ingresos-; abordando la desigualdad como categoría histórica y analítica que excede la categoría de clase social y atraviesa cuestiones de género, identidad étnica, nacionalidades, grupos etarios, entre otras.

El modelo de tradición igualitaria como excepción regional, de la cual se jactó durante muchos años la Argentina y a la cual tributan la mayor parte de los estudios sociológicos, refirió siempre a la existencia de una estructura distributiva más igualitaria que el resto de sus pares latinoamericanos desde la segunda mitad del Siglo XX. Esta estructura propició una movilidad ascendente de los sectores populares, específicamente a partir de la expansión de derechos laborales y una alta cobertura de la protección social. Sin embargo, no termina de expresar otro tipo de desigualdades históricas; tales como las desigualdades de género, identidad étnica, raza y distribución geográfica.
Si bien los gobiernos progresistas ampliaron derechos al calor del pleno empleo e incremento de derechos laborales, no lograron desanclar las desigualdades en la jerarquía que distribuyó reconocimiento y acceso a los recursos de acuerdo a pares dicotómicos; tales como mujer/varón, rural/urbano, centro del país/interior profundo, migrante interno/inmigrante europeo, indígena/criollo. A esta dualidad, el derrotero de la diversidad nacional y los procesos de exclusión social de los experimentos neoliberales se añadieron otras desigualdades y estigmas como mujer/LGBTI+, otros géneros/varón, migrantes de países vecinos/migrantes europeos, villero/barrios, planeros/trabajadores.

Si bien en el presente documento focalizaremos sobre la cuestión económica y social (ya que se trata de un factor transversal, que facilita la reproducción y profundización de otras desigualdades), nos parece relevante poner en consideración estas problemáticas para poder abordarlas en futuros análisis.

En síntesis, podemos decir que los conflictos por la desigualdad -a partir de esta tradición histórica y de las consecuencias que la pandemia- se manifiestan en dos ámbitos: en el ámbito de la justicia social (también denominada dimensión distributiva) y en la lucha por el reconocimiento igualitario, que afecta directamente a colectivos históricamente negados. En este segundo caso, el camino para lograr justicia social exige trabajar para el empoderamiento de igualdad de reconocimiento y una fuerte transformación cultural.

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