Por Cristian Andino

Hagamos, Podemos, Avancemos, La patria primero, Por Vos, Ganar, y tantos otros. ¿Les suenan conocidos? ¿Qué son todos estos nombres que aparecen como nuevas opciones políticas ante la inminencia de elecciones generales el 22 de abril de este año? ¿Qué buscan tantos personajes que se lanzan por su lado a un juego de seguro resultado negativo para la mayoría de ellos? ¿Tanta división es propiciada por el mismo partido hegemónico en una clásica consigna de “divide y vencerás”?

A los dos partidos tradicionales ya los conocemos de sobra. Desde su fundación en 1887, se han disputado violentamente la representación institucional del poder político en el país. Desde la mitad del siglo pasado hemos sido testigos de la hegemonía del Partido colorado. Tras la caída de la dictadura, una de las principales consignas, antes que la democracia, fue la “unificación plena y total del coloradismo en el gobierno”; por consiguiente no es ninguna novedad que una vez más estemos a puertas de un “abrazo republicano” y hayamos asistido, antes de las elecciones internas, a la sempiterna falacia de “supuestos” sectores críticos dentro del coloradismo que terminan siempre en lo mismo: Un abrazo efusivo que renueva el compromiso corporativista de que “entre bomberos no nos pisamos la manguera”, o que “el mejor amigo de un colorado es otro colorado”.

Por su parte, el Partido Liberal (PLRA) no tiene la suficiente fuerza para hacerle frente por sí mismo a la ANR, que en 60 años de hegemonía, pudo establecer una estructura partidaria difícil de doblegar. Necesita, entonces, la adhesión de una tercera fuerza, que en todo el proceso democrático paraguayo no se ha podido articular y sostener por un tiempo considerable, por un sinnúmero de razones a las que brevemente quiero referirme. Para ello habrá que hacer un poco de historia.

Sistema electoral y concertaciones frustradas

Partamos de una sucinta revisión del sistema electoral paraguayo. Para la distribución de escaños en el congreso o en las juntas departamentales y municipales, el código electoral establece la conformación de listas cerradas (sábanas) y de representación proporcional por medio del sistema D’Hont, que como es sabido, favorece tremendamente el bipartidismo, al premiar a las listas más votadas. La justificación política para la utilización de este sistema es asegurar una supuesta “gobernabilidad” en desmedro de una mayor pluralidad en la “representación”. Para el caso del ejecutivo, nuestra legislación no prevé mecanismos importantísimos como el ballotage o “segunda vuelta”, que podría permitir la consolidación de alianzas y con ello posicionar políticamente terceras fuerzas.

Pero más allá de los imponderables legislativos ¿Qué otros obstáculos impiden la conformación de terceras fuerzas? Veamos. Según datos de la justicia electoral, actualmente en el país existen más de 30 partidos y 20 movimientos políticos que se crean y desaparecen como pan caliente. ¿Si existe tanta voluntad de cambio, qué impide nuclearse en una gran coalición opositora? ¿Por qué han fracasado las últimas concertaciones?

La experiencia reciente del 2008 ha mostrado que una gran coalición opositora pudo tumbar 60 años de hegemonía colorada. Pero apenas en el gobierno, la Alianza Patriótica para el Cambio APC, se desmembró. Los sectores progresistas, fundaron en el 2010 el Frente Guasú, en un multitudinario acto sin precedentes que aglutinó a unas 14 nucleaciones políticas, entre partidos y movimientos. Parecía que aquello inauguraba al fin una nueva era para la izquierda en Paraguay. Pero el sueño duró muy poco. El Partido Liberal legitimó el golpe parlamentario a Lugo, y tras aquello, casi inmediatamente seis partidos y movimientos salieron del Frente Guasú y fundaron la concertación “Avanza País” que postuló a Mario Ferreiro como candidato a la presidencia en el 2013. Las malas lenguas hablan de que el motivo de la separación del Bloque 6 (los que se fueron) y el Bloque 8 (los que se quedaron) obedecía, entre otras cosas, a meras disputas internas sobre la confección de las listas parlamentarias y no a desavenencias ideológicas o de programas de gobierno.

Hoy el panorama en la oposición muestra una situación interesante en términos didácticos, aunque triste en términos reales:

– Avanza país ya no existe. Hoy se presenta con un ligero cambio de nombre: “Avancemos País”. Su principal impulsor es “Podemos País”, un nuevo movimiento que aglutina a todos los militantes del P-MAS que ocupan cargos electivos y que abandonaron su partido por alguna discrepancia irreconciliable con su líder Camilo Soares, que nunca se hizo del todo público. Lo cierto es que hasta hoy sus simpatizantes se tiran “flores” periódicamente en las redes sociales. Tanto Adolfo Ferreiro como López Perito buscan el “rekutu” en el senado por esta coalición, mientras Rocio Casco busca lo mismo en diputados, con un nuevo compañero de fórmula en Asunción.

– El P-MAS, así como el PDP, Patria Querida, Encuentro Nacional y tantísimos movimientos y otras concertaciones, se lanzan en aventuras individuales con listas propias.

– El Frente Guasú, que por su parte logró cerrar una alianza en tiempo record con el PLRA denominada Gran Alianza Nacional Renovadora (GANAR) y que postula a las mismas figuras para el “rekutu”, liderados por el “mesías” Fernando Lugo, aparentemente también perdió el apoyo de partidos de izquierda tradicionales como el Partido Comunista Paraguayo (PCP) -que aunque tenga pocos adeptos, mantiene una larga historia de luchas y persecuciones- que, por lo que entiendo, pasó a ensanchar las filas del Congreso Democrático del Pueblo (CDP), instancia inaugurada por el Partido Paraguay Pyahurä (PPP) y otros movimientos sociales cuya utopía anti-electoralista consiste en la construcción de un “poder popular” a partir de una gran movilización nacional que exija -literalmente- “la renuncia del gobierno anti-nacional y anti-popular de Cartes y toda su línea sucesoria y el establecimiento de una Junta Patriótica de ciudadanos honorables y éticos que puedan dirigir los destinos de nuestro país”.

Renovar la utopía

Ante este panorama ¿Qué le queda al ciudadano de a pie? Si no es posible conformar una gran alianza opositora más allá de los intereses meramente electorales, ¿qué nos cabe esperar? ¿Se puede pretender algún cambio desde los Partidos Políticos si ni siquiera los sectores, “supuestamente” críticos y progresistas logran articular una coalición más allá de sus intereses individuales?

Mientras todo esto transcurre, mientras los tres poderes del estado huelen a podrido, el panorama del país se muestra muy favorable para un sector reducido que ve florecer sus buenos negocios con el crecimiento exponencial de la economía. Mientras, va en aumento también la pobreza y la exclusión social; caldo de cultivo del clientelismo y las prebendas de los políticos corruptos.

En estos días se escucharon por ahí algunas voces que decían que la disputa electoral de este abril será entre ellos y nosotros. Pero uno se pregunta, sinceramente, en este contexto: ¿Quiénes son ellos y quiénes somos nosotros? Los excluidos, los cerca del millón de personas que pasan hambre en un país que produce comida para más de 80 millones; los miles de compatriotas obligados a migrar por falta de oportunidades; los 60 mil niños que nacen desnutridos cada año y no lograrán un desarrollo escolar optimo, el 60 % de los jóvenes que no estudian y están subempleados en un país cuya población mayoritaria es joven, ¿pueden sentirse representados con alguno de estos personajes que se presentan o vuelven a presentarse en la mayoría de los casos para un cargo electivo? Permítanme el beneficio de la duda.

El panorama es poco alentador, por eso rescato el principio utópico del “Poder Popular” postulado como proyecto utópico del CDP. Porque ciertamente, sólo desde la construcción del poder desde las bases se puede plantear una transformación posible y necesaria de las instituciones. La utopía nos impulsa, en ese sentido, cotidianamente a la acción.

Desde la actual estructura burocrática y corrupta del Estado, resulta imposible pensar en cambios que beneficien al pueblo, por más buenas intenciones que llegue a tener algún líder.

Por ello, un primer paso para el necesario camino de transformación de la estructura estatal será siempre la organización y la conciencia ciudadana de que la democracia debe ser cada vez más participativa y menos representativa. Para ello tenemos que transformar las instituciones desde una conciencia renovada sobre el modo de hacer política. Es bueno, necesario y saludable propiciar, en esta línea, redes de producción, de consumo, de solidaridad entre los de abajo.

Será la presión ciudadana, organizada y crítica, por fuera de los partidos, la única que pueda exigir y conquistar la transformación material de las instituciones desde las que puede plantearse una pretensión de justicia que supere las actuales contradicciones del ejercicio “clientelar” de la autoridad y las discusiones meramente formales, propiciadas por los poderes fácticos encargados de perpetuar las desigualdades.

Se puede pensar en otras posibilidades más allá de los partidos y más precisamente, se debe!

Fuente: Filosofía y Pensamiento Paraguayo. Una lectura crítica de la realidad.