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Seminario Programa MERCOSUR Social y Solidario. Montevideo, 22 y 23 de mayo de 2014.

Por 2 junio, 2014Sin comentarios

Seminario Programa MERCOSUR Social y Solidario. Montevideo, 22 y 23 de mayo de 2014.

PANEL: Movimientos sociales y gobiernos progresistas: autonomías y vínculos

Tema: Los Movimientos y Organizaciones Sociales latinoamericanas frente al desafío de consolidar procesos democráticos  que amplíen la base de  derechos económicos, sociales, culturales, ambientales, etc. Un panorama de la situación de los países de la región. 

Los Movimientos Sociales en América Latina: La cuestión de la democratización del Estado y la sociedad

Mario Garcés D. 

1.-Ya nada es inocente: el lenguaje es  un “modo de construir la realidad”, que proviene de esa potente tesis de la sociología del conocimiento, de que “la realidad está socialmente construida”. 

Gramsci ya lo había adelantado, de otro modo al afirmar que “solo conocemos la realidad en relación con el hombre y así como el hombre es un devenir histórico, el conocimiento y la realidad también son un devenir, también  la objetividad es un devenir…” 

Puestos en la perspectiva de que ya nada es inocente, no lo es ni el propio enunciado de este Panel: Ni movimientos sociales, ni gobiernos progresistas. 

“Gobiernos progresistas” es un modo de nombrar a los gobiernos, que suceden a las dictaduras y  al ciclo neoliberal más radical de los años 80 y 90, organizado en torno al Consenso  de Washington. Gobiernos que en muchos casos fueron posibles o contaron en su origen y desarrollo con el significativo apoyo de los movimientos sociales. Los Kirchner, Lugo, Mujica, Chaves, Evo Morales,  Correa, Lula y Dilma, pero también Bachelet y Lagos en Chile. 

Es evidente que estos  gobiernos marcaron rupturas con el neoliberalismo, tanto en el campo de las funciones sociales del estado, la ampliación y el fortalecimiento de la democracia así como en el reposicionamiento de nuestros países en la política internacional. 

No obstante, se trata de gobiernos bastante distintos, en el sentido que unos recrean  viejas tradiciones nacional- populares; otros abren procesos relativamente inéditos –como Chaves en Venezuela y Evo Morales en Bolivia- con nociones como “socialismo del siglo XXI” o “Estado Plurinacional”; otros fortalecen las tareas sociales en el Estado; y otros conviven con el neoliberalismo más radical, con débiles –hasta ahora al menos- propuestas democratizadoras, como me parece que es el caso chileno.  

Por su parte, “Movimientos Sociales” es un modo de nombrar hoy en día a las más diversas  formas de “acción colectiva” y a la constitución de nuevos sujetos sociales y políticos  que ingresan o ganan mayor gravitación en las  luchas políticas.

– Hasta hace algunas décadas atrás, todavía en los años sesenta, movimiento social era prácticamente sinónimo de  ”movimiento obrero”, es decir hacía referencia a una disputa por la plusvalía en el campo de la producción; allí radicaba la contradicción principal de la sociedad y desde esa disputa se constituían los actores sociales fundamentales. En sus versiones más ortodoxas, los actores y movimientos estaban pre-constituidos en la estructura económica de la sociedad. Para otras miradas o enfoques, los conflictos de clases podían  tomar formas muy diversas, habida cuenta de los modos en que se había desarrollado el capitalismo  en América Latina (por ejemplo, la pregunta por los pobres era interpeladora, ya que se les podía ver como parte de la clase popular, a pesar de estar fuera del sistema productivo dominante). 

– Hacia mediados de los años 80, se comenzó a admitir que nuevos sujetos y prácticas estaban dando lugar al desarrollo de nuevos movimientos sociales, los movimientos de 

Derechos Humanos, de Jóvenes, de Mujeres, de los pobres de la ciudad etc. Estos nuevos movimientos interrogaban su relación con la política, ampliando los campos del conflicto social y, desde esa perspectiva, en algunos casos, interrogaban la matriz clasista con la que habíamos entendido a los movimientos sociales.

– Y desde fines de los noventa, estamos siendo, un poco actores un poco testigos, de un nuevo ciclo de movimientos sociales, un “tercer ciclo” con movimientos de variados signos, pero con fuerte presencia de los movimientos indígenas o de nuestros pueblos originarios;  de jóvenes y estudiantes; de desempleados, de sin techo, sin tierras, etc., y también de los denominados “movimientos territoriales” que disputan con el poder trasnacional la soberanía y los usos de la naturaleza y de nuestros recursos naturales.

Me parece que cada ciclo nos ha enfrentado a problemas e interrogantes, a veces nuevas y otras de vieja data. En este sentido, los movimientos demandan derechos pero también disputan frente a nuevos problemas sociales. Con todo, en un sentido amplio, mi hipótesis es que los nuevos movimientos sociales, tanto del ciclo de los 80 como en la actualidad han venido colocando no solo la pregunta por la democracia en un sentido político e institucional, sino la pregunta por la democratización tanto de la sociedad como del Estado. 

Con esta hipótesis busco problematizar nuestro campo de análisis, en el sentido que para los movimientos sociales contemporáneos, sus problemas fundamentales no se resuelven  solo si el Estado acoge sus demandas. Hay casos, como veremos más adelante, que acoger o procesar políticamente  una demanda de la sociedad implica cambiar el propio Estado (por ejemplo, las demandas de los estudiantes chilenos, pero mucha más radicalmente, las demandas de los indígenas bolivianos). Pero, hay casos también en sentido contrario, en que una demanda acogida por el Estado no se hace viable si no va acompañada de un cambio cultural (por ejemplo, los cambios en las relaciones de género o los cambios en la relación con la naturaleza).

 Otro campo problemático, si tomamos en  serio que las prácticas de los movimientos  interrogan tanto al Estado como a la sociedad, es el campo de las prácticas políticas. En una entrevista reciente que me tocó realizar a un dirigente estudiantil chileno, militante de un “colectivo” de izquierda, le pregunté sobre los principales límites del movimiento y yo imagine que su respuesta problematizaría el campo de las estrategias y sus logros y sus límites. Sin embargo, su respuesta fue sorprendente, nuestros principales límites, me indicó, han sido que las malas prácticas que criticamos a los partidos políticos tradicionales, las estamos reproduciendo. 

Esta reflexión me remite al campo de las ”militancias”, campo en el  cual se han venido produciendo importantes cambios y en el que conviven, como ha indicado Maristella Svampa, diversas “matrices sociopolíticas”. Ella reconoce al menos cuatro: la matriz indígena comunitaria, que pone el acento en los derechos colectivos y el poder comunal, así como en la recreación de las autonomías indígenas; la matriz nacional popular, que tiende a sostenerse en la afirmación de la nación, el estado redistributivo, el liderazgo carismático y el pueblo; la matriz de la izquierda clásica tradicional, que se nutre de diferentes variantes del marxismo, enfatizando en el partido, el antagonismo  de clases  y el socialismo; y, más recientemente, la matriz que denomina como la “nueva narrativa autonomista”, que enfatiza en la autonomía, la horizontalidad y la democracia por consenso.  

La idea de “matrices” como “líneas directrices que organizan el modo de pensar la política y el poder” así como las nociones relativas al cambio social, no se dan en estado puro, sino que dan lugar, según Svampa, a diversos entrecruzamientos y conjunciones así como también a conflictos y colisiones.  

Esta noción de matrices socio políticas, me ha parecido sugerentes en un triple sentido, a) le pone nombre a las diferencias, admitiendo que no existe un solo  “modelo” de militancia; b) nos previene con  relación a ciertas “inercias históricas” que varían de una sociedad a otra (denomino inercias, a esas situaciones en que estas matrices son poco porosas o permeables al cambio) pero, c) da cuenta también de cambios y dinamismo en los modos en que se concibe y de pone en práctica la política entre nosotros.

Dicho de otra manera, y esta constituye mi segunda hipótesis: los movimientos sociales actuales están influyendo significativamente no solo en la configuración de nuevos temas, problemas y conflictos que tensionan a la sociedad, sino que  también en los modos en que ellos creen y proponen que se pueden producir cambios en la sociedad. 

2.- Movimientos  sociales y gobiernos interroga la relación entre Estado y sociedad, o entre sociedad civil y sociedad política.  

A este respecto, me parece que  tenemos al menos dos líneas de análisis, que no son necesariamente contrapuestas, que pueden ser complementarias, pero que instalan dos debates distintos:

-Una línea doctrinaria, teórica pura, que habitualmente es un debate sobre el Estado.

El debate sobre el Estado  tiene diversas “estaciones”, por decirlo de algún modo, en la época moderna, desde la ilustración y el contractualismo, donde al acento está puesto en la unidad y el contrato; la filosofía del derecho de Hegel y la crítica marxista, donde el debate se centra en el Estado como expresión de lo universal (progresiva racionalización del espíritu) en oposición a la crítica de Marx, que estimaba que el Estado constituía una  “comunidad ilusoria”; hasta Gramsci que modifica la distinción clásica entre sociedad civil y sociedad política, para referirla ambas al Estado, pero a una noción ampliada del Estado como “hegemonía revestida de coerción”.

Desde una perspectiva ciertamente teórica, García Linera sugiere tomar de Gramsci la noción de “estado integral”  en donde “el elemento Estado-coerción se puede imaginar extinguible a medida que se reafirman elementos de la sociedad regulada (o Estado ético o sociedad civil)”. Para García Linera esta proposición traducida al uso contemporáneo “sería el momento en que la sociedad absorbe las funciones unificadoras del Estado y en que éste le va transfiriendo las funciones de gobierno. El Estado deja gradualmente el monopolio  de la coerción y va igualando material y realmente a la sociedad” 

-Una línea historicista, que sigue la especificad de cada sociedad, que pone en primer plano la experiencia histórica social y política de cada pueblo.

Desde una perspectiva más histórica y latinoamericana, la cuestión es sin dudas compleja, ya que nos interroga sobre los “modos” de construcción del Estado en el continente. Tarea  que por cierto supera los fines de esta ponencia, no obstante lo cual algunas afirmaciones básicas y generales son necesarios. Por ejemplo, a la Independencia de España siguió una forma oligárquica de construcción del estado-nación, que cubre prácticamente todo el siglo XIX; en el siglo XX, con posterioridad a la  crisis del 30, se sucedieron diversos ensayos de democratización siempre con límites del estado nación, que permitieron en algunos casos, ampliar las tareas económicas y sociales del Estado haciendo posible una suerte de “estado nacional  popular” con formas autoritarias y también democráticas. En este contexto “estados de compromiso” y proyectos populistas y desarrollistas ganaron en desarrollo hasta los años sesenta, en que una ola de dictaduras destruyeron muchas de estas construcciones para dar paso a las formas neoliberales de fines del siglo  XX. Finalmente, en el cambio de siglo, las dinámicas de los movimientos sociales y de proyectos democratizadores de diverso signo, han abierto una nueva etapa en las relaciones entre el Estado y la sociedad.   En esta etapa, la cuestión de la democracia y de la “democratización” son cuestiones fundamentales.  

3.-  Las nuevas conceptualizaciones relativas a los movimientos sociales.

De la matriz clasista se ha venido transitando, en las ciencias sociales,  a matrices, categorías y enfoques más diversos. Estos enfoques, sobre todo desde la tradición sociológica norteamericana, han tendido a enfatizar en tres grandes núcleos de problemas, con relación a los movimientos sociales:

a)Las estructuras de oportunidades políticas, que pueden referir a procesos y coyunturas que actúan como  aliados de los movimientos sociales. Podríamos afirmar, a propósito de esta idea, que no existen movimientos sociales al margen de los contextos políticos e institucionales. 

b)Las estructuras de movilización y organización que implican “movilización de recursos”, es decir, desarrollo de organizaciones tanto formales como informales. No es posible pensar los movimientos al margen de  las redes que los constituyen y la inversión material y simbólica que implica constituir esas redes 

c)Los procesos de creación y recreación de las identidades que se constituyen en la acción, en la experiencia en común desde la clase, las relaciones de género, la comunidad, la etnia, así como ciertos derechos considerados fundamentales  

Estas nuevas categorías para estudiar y comprender las dinámicas de los movimientos sociales asociadas a la “teoría de la acción colectiva”, dan muchas luces con relación al “cómo” de los movimientos sociales, sus dinámicas, ciclos, innovaciones en los repertorios de acción, estructuras de organización, etc. Sin embargo, son débiles en su capacidad para responder a las preguntas del “por qué” y el “para qué”  de los movimientos sociales. Estas preguntas son cruciales para los movimientos sociales latinoamericanos, ya que las metas de los movimientos suelen teñir al conjunto de movimiento.

Esta perspectiva, tal vez más difusa de los movimientos sociales, nos abre a considerar nuevas perspectivas. Como la Alberto Melucci:  

 “Los movimientos no son entidades que avancen con una unidad de metas que les atribuyen los ideólogos. Son sistemas de acción, redes complejas entre distintos niveles y significados de la acción social. Su identidad no es un dato o una esencia, sino el resultado de intercambios, negociaciones, decisiones y conflictos entre diversos actores. Los procesos de movilización, los tipos de organización, los modelos de liderazgo, las ideologías y las formas de comunicación son todos ellos niveles significativos de análisis para reconstruir  desde el interior el sistema de acción que  constituye el actor colectivo. Pero, también las relaciones con el exterior, con los competidores, con los aliados o adversarios y, especialmente la reacción del  sistema político y del  aparato de control social, determinan un campo de oportunidades  y limitaciones…” . 

Los movimientos sociales como “sistemas de acción” como “construcciones  socioculturales” son entonces más complejos, actúan muchas veces, como indica el mismo Melucci como ”profetas de su tiempo”, adelantando a la sociedad sus demandas, aspiraciones, valores, nuevas relaciones sociales, relativa al cuerpo, a la cultura, a la política. 

“Los actores en conflicto son cada vez más temporales y su función es revelar los problemas, anunciar a la sociedad que existe un problema fundamental en un área dada. Tienen una creciente función simbólica, tal vez podría incluso hablarse de una función profética (…) No luchan meramente por bienes materiales o para aumentar su participación en el sistema. Luchan por proyectos simbólicos y culturales, por un significado y una orientación diferente de acción social. Tratan de cambiar la vida de  las personas, creen que la gente puede cambiar nuestra vida cotidiana cuando lucha por cambios más generales de la sociedad” 

Finalmente, Alberto Melucci nos previene respecto de que él denomina la mirada miope de los movimientos sociales, es decir aquella que ve a los movimientos solo como “acontecimiento” y no como “proceso” y que en consecuencia reconoce solo el momento de expresión pública o visibilidad de los movimientos. En rigor, a los movimientos  hay que reconocerlos en su fase de visibilidad, pero también de latencia:

 “Puede hablarse de un modelo bipolar. Ya que latencia y visibilidad tienen dos  funciones diferentes. La latencia permite que las personas experimenten directamente con nuevos modelos culturales -un cambio en el sistema de significados-  que, con mucha frecuencia se opone a las presiones sociales dominantes: el significado de las diferencias sexuales, del tiempo y del espacio, de la relación con la naturaleza, con el cuerpo y así sucesivamente. La latencia crea nuevos códigos culturales y hace que los individuos las practiquen (…) 

Estos dos polos, visibilidad y latencia, se correlacionan recíprocamente. La latencia alimenta la visibilidad con recursos de solidaridad y con una estructura cultural para la movilización. La visibilidad refuerza las redes inmersas… 

4.- Las relaciones de interdependencia entre los gobiernos, los estados y los movimientos sociales en América Latina.

Lo que en largos período parecía una relación unidireccional, los partidos constituyen a los movimientos; el estado regula y organiza a la sociedad, hemos venido transitando a visiones más complejas; también los movimientos sociales pueden constituir las agendas políticas, pueden condicionar a los gobiernos e incluso al propio Estado.

Chile es paradigmático en cuanto a la forma que tomó la transición a la democracia: una línea manifiestamente elitista, fundada en la idea que democracia debía garantizar la gobernabilidad  (“mucha democracia produce poca gobernabilidad, poca democracia asegura mayor gobernabilidad”). La transición, siguiendo este curso, excluyó a los movimientos sociales y más ampliamente a la sociedad civil de los asuntos del Estado y abrió mayores espacios al mercado y a una noción liberal  del Estado. La transición liberal chilena se extendió por un poco más de 20 años, hasta que un vigoroso movimiento social –el de los estudiantes en 2011- puso en cuestión los logros de la “gobernabilidad” y del modelo de desarrollo haciendo visible dos cuestiones fundamentales: la débil  legitimidad del sistema político e institucional chileno y lo insoportable que pueden resultar las desigualdades de tipo estructural. El sistema educativo chileno, que es un sistema regulado por el mercado,  es un reproductor por excelencia de desigualdades. 

El mayor éxito de los estudiantes es que cambiaron las conversaciones entre los chilenos, hicieron visible el malestar y condicionaron significativamente la agenda política chilena al punto que el programa del actual gobierno acoge en lo fundamental las demandas de los estudiantes, pero no solo en el campo educativo, sino que con relación a la necesidad de cambiar el sistema de impuestos y la necesidad de producir la reforma política, es decir la reforma del Estado. Este, por cierto, no es un asunto sencillo, es un proceso complejo, lleno de tensiones y ambigüedades y que pone cara a cara al nuevo gobierno con los estudiantes.

Podríamos -y es necesario para tener una mirada más amplia de los movimientos- observar  otras experiencias, por ejemplo, la boliviana es paradigmática en cuanto modificó el sistema político boliviano y a través de una Constituyente –con límites es cierto- cambió el Estado boliviano. Sin embargo, que a partir de esta nueva realidad se haya constituido un  ”gobierno de los movimientos sociales” es una proposición discutible y se pueden reconocer campos  de consenso como campos de disputa entre los movimientos sociales  y el gobierno. 

Tal vez, para cerrar, tendríamos que admitir que nos encontramos frente a dos grandes tipos de problemas; Uno, que a mi juicio es el mayor, que las prácticas de los movimientos sociales tienen esa doble perspectiva democratizadora: el Estado y la propia sociedad; Dos, que las prácticas y la constitución misma de los movimientos tienen un carácter histórico, es decir, suelen hacer visibles los nuevos problemas que enfrentan nuestras sociedades así como también las estrategias que se consideran más eficientes para producir el cambio social.

No es casual, en este último sentido, que una zona crítica para la constitución de nuevos movimientos sociales sea  el campo de lo que Boaventura de Souza llamó la nueva contradicción fundamental del capitalismo en el siglo XXI: cuando el planeta ha sido conquistado,  la contradicción fundamental será la disputa por  los recursos naturales. Esta contradicción coloca a más de un gobierno de la región ante serios problemas. El desarrollo y el crecimiento económico aconseja a los gobiernos a  acoger a las grandes transnacionales depredadoras de nuestros recursos naturales; los movimientos sociales territoriales saltan  entonces en defensa de la Pachamama, o de su entorno. Y ya no se trata solo de las acciones espectaculares de Green Peace, sino de las comunidades locales de los Andes en el caso de la minería, o de los campesinos pobres que son desplazados ven destruidas sus viejas prácticas de economía familiar.

 

 

 

Seminario Programa MERCOSUR Social y Solidario. Montevideo, 22 y 23 de mayo de 2014.

PANEL: Movimientos sociales y gobiernos progresistas: autonomías y vínculos

Tema: Los Movimientos y Organizaciones Sociales latinoamericanas frente al desafío de consolidar procesos democráticos  que amplíen la base de  derechos económicos, sociales, culturales, ambientales, etc. Un panorama de la situación de los países de la región. 

Los Movimientos Sociales en América Latina: La cuestión de la democratización del Estado y la sociedad

Mario Garcés D. 

1.-Ya nada es inocente: el lenguaje es  un “modo de construir la realidad”, que proviene de esa potente tesis de la sociología del conocimiento, de que “la realidad está socialmente construida”. 

Gramsci ya lo había adelantado, de otro modo al afirmar que “solo conocemos la realidad en relación con el hombre y así como el hombre es un devenir histórico, el conocimiento y la realidad también son un devenir, también  la objetividad es un devenir…” 

Puestos en la perspectiva de que ya nada es inocente, no lo es ni el propio enunciado de este Panel: Ni movimientos sociales, ni gobiernos progresistas. 

“Gobiernos progresistas” es un modo de nombrar a los gobiernos, que suceden a las dictaduras y  al ciclo neoliberal más radical de los años 80 y 90, organizado en torno al Consenso  de Washington. Gobiernos que en muchos casos fueron posibles o contaron en su origen y desarrollo con el significativo apoyo de los movimientos sociales. Los Kirchner, Lugo, Mujica, Chaves, Evo Morales,  Correa, Lula y Dilma, pero también Bachelet y Lagos en Chile. 

Es evidente que estos  gobiernos marcaron rupturas con el neoliberalismo, tanto en el campo de las funciones sociales del estado, la ampliación y el fortalecimiento de la democracia así como en el reposicionamiento de nuestros países en la política internacional. 

No obstante, se trata de gobiernos bastante distintos, en el sentido que unos recrean  viejas tradiciones nacional- populares; otros abren procesos relativamente inéditos –como Chaves en Venezuela y Evo Morales en Bolivia- con nociones como “socialismo del siglo XXI” o “Estado Plurinacional”; otros fortalecen las tareas sociales en el Estado; y otros conviven con el neoliberalismo más radical, con débiles –hasta ahora al menos- propuestas democratizadoras, como me parece que es el caso chileno.  

Por su parte, “Movimientos Sociales” es un modo de nombrar hoy en día a las más diversas  formas de “acción colectiva” y a la constitución de nuevos sujetos sociales y políticos  que ingresan o ganan mayor gravitación en las  luchas políticas.

– Hasta hace algunas décadas atrás, todavía en los años sesenta, movimiento social era prácticamente sinónimo de  ”movimiento obrero”, es decir hacía referencia a una disputa por la plusvalía en el campo de la producción; allí radicaba la contradicción principal de la sociedad y desde esa disputa se constituían los actores sociales fundamentales. En sus versiones más ortodoxas, los actores y movimientos estaban pre-constituidos en la estructura económica de la sociedad. Para otras miradas o enfoques, los conflictos de clases podían  tomar formas muy diversas, habida cuenta de los modos en que se había desarrollado el capitalismo  en América Latina (por ejemplo, la pregunta por los pobres era interpeladora, ya que se les podía ver como parte de la clase popular, a pesar de estar fuera del sistema productivo dominante). 

– Hacia mediados de los años 80, se comenzó a admitir que nuevos sujetos y prácticas estaban dando lugar al desarrollo de nuevos movimientos sociales, los movimientos de 

Derechos Humanos, de Jóvenes, de Mujeres, de los pobres de la ciudad etc. Estos nuevos movimientos interrogaban su relación con la política, ampliando los campos del conflicto social y, desde esa perspectiva, en algunos casos, interrogaban la matriz clasista con la que habíamos entendido a los movimientos sociales.

– Y desde fines de los noventa, estamos siendo, un poco actores un poco testigos, de un nuevo ciclo de movimientos sociales, un “tercer ciclo” con movimientos de variados signos, pero con fuerte presencia de los movimientos indígenas o de nuestros pueblos originarios;  de jóvenes y estudiantes; de desempleados, de sin techo, sin tierras, etc., y también de los denominados “movimientos territoriales” que disputan con el poder trasnacional la soberanía y los usos de la naturaleza y de nuestros recursos naturales.

Me parece que cada ciclo nos ha enfrentado a problemas e interrogantes, a veces nuevas y otras de vieja data. En este sentido, los movimientos demandan derechos pero también disputan frente a nuevos problemas sociales. Con todo, en un sentido amplio, mi hipótesis es que los nuevos movimientos sociales, tanto del ciclo de los 80 como en la actualidad han venido colocando no solo la pregunta por la democracia en un sentido político e institucional, sino la pregunta por la democratización tanto de la sociedad como del Estado. 

Con esta hipótesis busco problematizar nuestro campo de análisis, en el sentido que para los movimientos sociales contemporáneos, sus problemas fundamentales no se resuelven  solo si el Estado acoge sus demandas. Hay casos, como veremos más adelante, que acoger o procesar políticamente  una demanda de la sociedad implica cambiar el propio Estado (por ejemplo, las demandas de los estudiantes chilenos, pero mucha más radicalmente, las demandas de los indígenas bolivianos). Pero, hay casos también en sentido contrario, en que una demanda acogida por el Estado no se hace viable si no va acompañada de un cambio cultural (por ejemplo, los cambios en las relaciones de género o los cambios en la relación con la naturaleza).

 Otro campo problemático, si tomamos en  serio que las prácticas de los movimientos  interrogan tanto al Estado como a la sociedad, es el campo de las prácticas políticas. En una entrevista reciente que me tocó realizar a un dirigente estudiantil chileno, militante de un “colectivo” de izquierda, le pregunté sobre los principales límites del movimiento y yo imagine que su respuesta problematizaría el campo de las estrategias y sus logros y sus límites. Sin embargo, su respuesta fue sorprendente, nuestros principales límites, me indicó, han sido que las malas prácticas que criticamos a los partidos políticos tradicionales, las estamos reproduciendo. 

Esta reflexión me remite al campo de las ”militancias”, campo en el  cual se han venido produciendo importantes cambios y en el que conviven, como ha indicado Maristella Svampa, diversas “matrices sociopolíticas”. Ella reconoce al menos cuatro: la matriz indígena comunitaria, que pone el acento en los derechos colectivos y el poder comunal, así como en la recreación de las autonomías indígenas; la matriz nacional popular, que tiende a sostenerse en la afirmación de la nación, el estado redistributivo, el liderazgo carismático y el pueblo; la matriz de la izquierda clásica tradicional, que se nutre de diferentes variantes del marxismo, enfatizando en el partido, el antagonismo  de clases  y el socialismo; y, más recientemente, la matriz que denomina como la “nueva narrativa autonomista”, que enfatiza en la autonomía, la horizontalidad y la democracia por consenso.  

La idea de “matrices” como “líneas directrices que organizan el modo de pensar la política y el poder” así como las nociones relativas al cambio social, no se dan en estado puro, sino que dan lugar, según Svampa, a diversos entrecruzamientos y conjunciones así como también a conflictos y colisiones.  

Esta noción de matrices socio políticas, me ha parecido sugerentes en un triple sentido, a) le pone nombre a las diferencias, admitiendo que no existe un solo  “modelo” de militancia; b) nos previene con  relación a ciertas “inercias históricas” que varían de una sociedad a otra (denomino inercias, a esas situaciones en que estas matrices son poco porosas o permeables al cambio) pero, c) da cuenta también de cambios y dinamismo en los modos en que se concibe y de pone en práctica la política entre nosotros.

Dicho de otra manera, y esta constituye mi segunda hipótesis: los movimientos sociales actuales están influyendo significativamente no solo en la configuración de nuevos temas, problemas y conflictos que tensionan a la sociedad, sino que  también en los modos en que ellos creen y proponen que se pueden producir cambios en la sociedad. 

2.- Movimientos  sociales y gobiernos interroga la relación entre Estado y sociedad, o entre sociedad civil y sociedad política.  

A este respecto, me parece que  tenemos al menos dos líneas de análisis, que no son necesariamente contrapuestas, que pueden ser complementarias, pero que instalan dos debates distintos:

-Una línea doctrinaria, teórica pura, que habitualmente es un debate sobre el Estado.

El debate sobre el Estado  tiene diversas “estaciones”, por decirlo de algún modo, en la época moderna, desde la ilustración y el contractualismo, donde al acento está puesto en la unidad y el contrato; la filosofía del derecho de Hegel y la crítica marxista, donde el debate se centra en el Estado como expresión de lo universal (progresiva racionalización del espíritu) en oposición a la crítica de Marx, que estimaba que el Estado constituía una  “comunidad ilusoria”; hasta Gramsci que modifica la distinción clásica entre sociedad civil y sociedad política, para referirla ambas al Estado, pero a una noción ampliada del Estado como “hegemonía revestida de coerción”.

Desde una perspectiva ciertamente teórica, García Linera sugiere tomar de Gramsci la noción de “estado integral”  en donde “el elemento Estado-coerción se puede imaginar extinguible a medida que se reafirman elementos de la sociedad regulada (o Estado ético o sociedad civil)”. Para García Linera esta proposición traducida al uso contemporáneo “sería el momento en que la sociedad absorbe las funciones unificadoras del Estado y en que éste le va transfiriendo las funciones de gobierno. El Estado deja gradualmente el monopolio  de la coerción y va igualando material y realmente a la sociedad” 

-Una línea historicista, que sigue la especificad de cada sociedad, que pone en primer plano la experiencia histórica social y política de cada pueblo.

Desde una perspectiva más histórica y latinoamericana, la cuestión es sin dudas compleja, ya que nos interroga sobre los “modos” de construcción del Estado en el continente. Tarea  que por cierto supera los fines de esta ponencia, no obstante lo cual algunas afirmaciones básicas y generales son necesarios. Por ejemplo, a la Independencia de España siguió una forma oligárquica de construcción del estado-nación, que cubre prácticamente todo el siglo XIX; en el siglo XX, con posterioridad a la  crisis del 30, se sucedieron diversos ensayos de democratización siempre con límites del estado nación, que permitieron en algunos casos, ampliar las tareas económicas y sociales del Estado haciendo posible una suerte de “estado nacional  popular” con formas autoritarias y también democráticas. En este contexto “estados de compromiso” y proyectos populistas y desarrollistas ganaron en desarrollo hasta los años sesenta, en que una ola de dictaduras destruyeron muchas de estas construcciones para dar paso a las formas neoliberales de fines del siglo  XX. Finalmente, en el cambio de siglo, las dinámicas de los movimientos sociales y de proyectos democratizadores de diverso signo, han abierto una nueva etapa en las relaciones entre el Estado y la sociedad.   En esta etapa, la cuestión de la democracia y de la “democratización” son cuestiones fundamentales.  

3.-  Las nuevas conceptualizaciones relativas a los movimientos sociales.

De la matriz clasista se ha venido transitando, en las ciencias sociales,  a matrices, categorías y enfoques más diversos. Estos enfoques, sobre todo desde la tradición sociológica norteamericana, han tendido a enfatizar en tres grandes núcleos de problemas, con relación a los movimientos sociales:

a)Las estructuras de oportunidades políticas, que pueden referir a procesos y coyunturas que actúan como  aliados de los movimientos sociales. Podríamos afirmar, a propósito de esta idea, que no existen movimientos sociales al margen de los contextos políticos e institucionales. 

b)Las estructuras de movilización y organización que implican “movilización de recursos”, es decir, desarrollo de organizaciones tanto formales como informales. No es posible pensar los movimientos al margen de  las redes que los constituyen y la inversión material y simbólica que implica constituir esas redes 

c)Los procesos de creación y recreación de las identidades que se constituyen en la acción, en la experiencia en común desde la clase, las relaciones de género, la comunidad, la etnia, así como ciertos derechos considerados fundamentales  

Estas nuevas categorías para estudiar y comprender las dinámicas de los movimientos sociales asociadas a la “teoría de la acción colectiva”, dan muchas luces con relación al “cómo” de los movimientos sociales, sus dinámicas, ciclos, innovaciones en los repertorios de acción, estructuras de organización, etc. Sin embargo, son débiles en su capacidad para responder a las preguntas del “por qué” y el “para qué”  de los movimientos sociales. Estas preguntas son cruciales para los movimientos sociales latinoamericanos, ya que las metas de los movimientos suelen teñir al conjunto de movimiento.

Esta perspectiva, tal vez más difusa de los movimientos sociales, nos abre a considerar nuevas perspectivas. Como la Alberto Melucci:  

 “Los movimientos no son entidades que avancen con una unidad de metas que les atribuyen los ideólogos. Son sistemas de acción, redes complejas entre distintos niveles y significados de la acción social. Su identidad no es un dato o una esencia, sino el resultado de intercambios, negociaciones, decisiones y conflictos entre diversos actores. Los procesos de movilización, los tipos de organización, los modelos de liderazgo, las ideologías y las formas de comunicación son todos ellos niveles significativos de análisis para reconstruir  desde el interior el sistema de acción que  constituye el actor colectivo. Pero, también las relaciones con el exterior, con los competidores, con los aliados o adversarios y, especialmente la reacción del  sistema político y del  aparato de control social, determinan un campo de oportunidades  y limitaciones…” . 

Los movimientos sociales como “sistemas de acción” como “construcciones  socioculturales” son entonces más complejos, actúan muchas veces, como indica el mismo Melucci como ”profetas de su tiempo”, adelantando a la sociedad sus demandas, aspiraciones, valores, nuevas relaciones sociales, relativa al cuerpo, a la cultura, a la política. 

“Los actores en conflicto son cada vez más temporales y su función es revelar los problemas, anunciar a la sociedad que existe un problema fundamental en un área dada. Tienen una creciente función simbólica, tal vez podría incluso hablarse de una función profética (…) No luchan meramente por bienes materiales o para aumentar su participación en el sistema. Luchan por proyectos simbólicos y culturales, por un significado y una orientación diferente de acción social. Tratan de cambiar la vida de  las personas, creen que la gente puede cambiar nuestra vida cotidiana cuando lucha por cambios más generales de la sociedad” 

Finalmente, Alberto Melucci nos previene respecto de que él denomina la mirada miope de los movimientos sociales, es decir aquella que ve a los movimientos solo como “acontecimiento” y no como “proceso” y que en consecuencia reconoce solo el momento de expresión pública o visibilidad de los movimientos. En rigor, a los movimientos  hay que reconocerlos en su fase de visibilidad, pero también de latencia:

 “Puede hablarse de un modelo bipolar. Ya que latencia y visibilidad tienen dos  funciones diferentes. La latencia permite que las personas experimenten directamente con nuevos modelos culturales -un cambio en el sistema de significados-  que, con mucha frecuencia se opone a las presiones sociales dominantes: el significado de las diferencias sexuales, del tiempo y del espacio, de la relación con la naturaleza, con el cuerpo y así sucesivamente. La latencia crea nuevos códigos culturales y hace que los individuos las practiquen (…) 

Estos dos polos, visibilidad y latencia, se correlacionan recíprocamente. La latencia alimenta la visibilidad con recursos de solidaridad y con una estructura cultural para la movilización. La visibilidad refuerza las redes inmersas… 

4.- Las relaciones de interdependencia entre los gobiernos, los estados y los movimientos sociales en América Latina.

Lo que en largos período parecía una relación unidireccional, los partidos constituyen a los movimientos; el estado regula y organiza a la sociedad, hemos venido transitando a visiones más complejas; también los movimientos sociales pueden constituir las agendas políticas, pueden condicionar a los gobiernos e incluso al propio Estado.

Chile es paradigmático en cuanto a la forma que tomó la transición a la democracia: una línea manifiestamente elitista, fundada en la idea que democracia debía garantizar la gobernabilidad  (“mucha democracia produce poca gobernabilidad, poca democracia asegura mayor gobernabilidad”). La transición, siguiendo este curso, excluyó a los movimientos sociales y más ampliamente a la sociedad civil de los asuntos del Estado y abrió mayores espacios al mercado y a una noción liberal  del Estado. La transición liberal chilena se extendió por un poco más de 20 años, hasta que un vigoroso movimiento social –el de los estudiantes en 2011- puso en cuestión los logros de la “gobernabilidad” y del modelo de desarrollo haciendo visible dos cuestiones fundamentales: la débil  legitimidad del sistema político e institucional chileno y lo insoportable que pueden resultar las desigualdades de tipo estructural. El sistema educativo chileno, que es un sistema regulado por el mercado,  es un reproductor por excelencia de desigualdades. 

El mayor éxito de los estudiantes es que cambiaron las conversaciones entre los chilenos, hicieron visible el malestar y condicionaron significativamente la agenda política chilena al punto que el programa del actual gobierno acoge en lo fundamental las demandas de los estudiantes, pero no solo en el campo educativo, sino que con relación a la necesidad de cambiar el sistema de impuestos y la necesidad de producir la reforma política, es decir la reforma del Estado. Este, por cierto, no es un asunto sencillo, es un proceso complejo, lleno de tensiones y ambigüedades y que pone cara a cara al nuevo gobierno con los estudiantes.

Podríamos -y es necesario para tener una mirada más amplia de los movimientos- observar  otras experiencias, por ejemplo, la boliviana es paradigmática en cuanto modificó el sistema político boliviano y a través de una Constituyente –con límites es cierto- cambió el Estado boliviano. Sin embargo, que a partir de esta nueva realidad se haya constituido un  ”gobierno de los movimientos sociales” es una proposición discutible y se pueden reconocer campos  de consenso como campos de disputa entre los movimientos sociales  y el gobierno. 

Tal vez, para cerrar, tendríamos que admitir que nos encontramos frente a dos grandes tipos de problemas; Uno, que a mi juicio es el mayor, que las prácticas de los movimientos sociales tienen esa doble perspectiva democratizadora: el Estado y la propia sociedad; Dos, que las prácticas y la constitución misma de los movimientos tienen un carácter histórico, es decir, suelen hacer visibles los nuevos problemas que enfrentan nuestras sociedades así como también las estrategias que se consideran más eficientes para producir el cambio social.

No es casual, en este último sentido, que una zona crítica para la constitución de nuevos movimientos sociales sea  el campo de lo que Boaventura de Souza llamó la nueva contradicción fundamental del capitalismo en el siglo XXI: cuando el planeta ha sido conquistado,  la contradicción fundamental será la disputa por  los recursos naturales. Esta contradicción coloca a más de un gobierno de la región ante serios problemas. El desarrollo y el crecimiento económico aconseja a los gobiernos a  acoger a las grandes transnacionales depredadoras de nuestros recursos naturales; los movimientos sociales territoriales saltan  entonces en defensa de la Pachamama, o de su entorno. Y ya no se trata solo de las acciones espectaculares de Green Peace, sino de las comunidades locales de los Andes en el caso de la minería, o de los campesinos pobres que son desplazados ven destruidas sus viejas prácticas de economía familiar.